Colombia es un país privilegiado, al contar con una línea costera de 3.882 kilómetros en la cual se ubican playas y bahías de gran belleza escénica, que se convierten en grandes atractivos para los turistas nacionales y extranjeros que en cada temporada turística las visitan. Su diversidad biológica le otorga amplias potencialidades para el turismo y los ecosistemas de playas sobresalen siendo los manglares, los arrecifes coralinos, entre otros, son los recursos que marcan una diferencia comparativa y competitiva para el país frente a otros destinos, gracias a su enorme valor paisajístico y la posibilidad de realizar actividades turísticas.
Los antecedentes de lo que podría denominarse turismo de sol y playa se remontan a mediados de los años setenta del siglo pasado, en destinos turísticos como Santa Marta, Cartagena y el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Este desarrollo surgió de una manera espontánea carente de planificación, predominando la construcción de hoteles y propiedad horizontal, muy cercanos a la línea de costa, la apropiación indebida de los bienes de uso público, el vertimiento de residuos al mar sin previo tratamiento, entre otros problemas, que han devenido en la degradación de muchos recursos de playa.
Con el fin de dar respuesta a estas problemáticas, en cabeza del Estado, surgieron las primeras reglamentaciones para el uso y disfrute de las playas marítimas, así como los usos y códigos de comportamiento de las mismas.