Respetar los principios de neutralidad, objetividad e independencia, que son paradigmas de la ciencia, es fácil tratándose, por ejemplo, de la biología; pero harto complejo en el caso de la política. Todo cuanto concierne al ejercicio del poder nos afecta de manera radical; de allí que tienda a perderse la línea divisoria entre el ejercicio académico y la promoción de causas interesadas. Excepción notable a este patrón lo constituye la reciente obra de Eduardo Pizarro "Una democracia asediada",en la cual el distinguido profesor realiza un riguroso ejercicio de comprensión del conflicto armado colombiano y su posible evolución en los próximos años.

Leyéndolo reafirmo mi convicción de que para resolver un conflicto de tan dilatada duración como el colombiano no es preciso atacar las causas que le dieron origen. Esos antecedentes, ocurridos cuarenta años atrás, en un país fundamentalmente rural y en el contexto de la guerra fría, pierden su capacidad explicativa luego de finalizada ésta, atendido el auge del narcotráfico para financiarlo y ante las nuevas realidades surgidas a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre. Pero además por otra razón: las confrontaciones prolongadas tienden a su retroalimentación: hoy se combate para vengar los muertos y recuperar las pérdidas ocurridas ayer; mañana por los agravios del presente en una espiral sin fin.

Por eso resulta más útil, como Pizarro con éxito lo intenta, una caracterización del conflicto. Que no es una guerra civil por cuanto no moviliza en bandos enfrentados a la mayoría de la población; tampoco un mero fenómeno delincuencial en torno a la apropiación de cuantiosos recursos ilícitos, así estos provean la mayor parte del financiamiento requerido; ni un fenómeno exclusivamente terrorista a pesar de que los distintos grupos armados ilegales acudan al terror. Se trata, en realidad, de una confrontación armada de baja intensidad, confinada, por ahora, al territorio nacional pero que amenaza con extenderse a los países vecinos, cuyos móviles son de naturaleza política por nefastos y utópicos que ellos parezcan.

Por primera vez a lo largo de esta sangrienta agonía, un intelectual importante, con sólido respaldo analítico y factual, postula la posibilidad de que estemos ante un "punto de inflexión", es decir ante un quiebre, a favor del Estado, del "status quo" militar y político que podría conducirnos a la resolución del conflicto. En este cambio juega papel trascendental el robustecimiento de la capacidad de acción de las Fuerzas Armadas como consecuencia de los esfuerzos sistemáticos que han realizado tanto el gobierno actual como el precedente. Adviértase que las últimas derrotas sufridas por estas ocurrieron en las postrimerías de la Administración Samper, en momentos de grave desmoralización militar y cuando las relaciones con los Estados Unidos, aliado estratégico indispensable de Colombia, llegaron a su peor momento. Contribuye también a este resultado el desprestigio irreversible de la generosa política de paz adelantada por el Presidente Pastrana que abrió el camino a la elección del actual mandatario y explica su alta sintonía con la opinión pública.

Para Pizarro el fin del conflicto en el corto plazo no es inexorable. Está sometido a varias condiciones importantes. Ante todo a la sostenibilidad de la política de "seguridad democrática". Compleja tarea esta que implica sostener durante un lapso que puede superar el cuatrienio presidencial volúmenes elevados de gasto militar en un contexto de fragilidad de las finanzas públicas y de la necesidad de atender las demandas de una población empobrecida por la crisis de finales del siglo.

Hay que persistir. Distintos estudios demuestran que en un escenario de paz la economía y, por ende, el bienestar, podrían crecer al doble que en la actualidad.

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