El valor de la moneda nacional expresada en función de otra que constituye un patrón internacional, es el precio básico de la economía: incide en el rendimiento de las exportaciones y de la inversión extranjera; el comportamiento de la inflación, la tasa de interés y los salarios reales; el costo de las importaciones y del endeudamiento externo. Su evolución produce consecuencias que son de signo opuesto. La revaluación del peso disminuye la rentabilidad de las exportaciones, lo cual es malo, pero estimula la inversión foránea y reduce el peso de la deuda externa; disminuye el costo de materias primas y bienes de capital; y protege los salarios reales de buena parte de la población, resultados de cuya bondad nadie duda.

En la reciente apreciación del peso incide un factor estructural -el déficit fiscal- que si bien depende de nosotros corregirlo, no es posible lograrlo en el corto plazo. El otro componente clave es la devaluación del dólar frente al euro y otras monedas, problema que obedece a una inusitada expansión de la emisión monetaria de los Estados Unidos. Invertir su tendencia escapa a nuestra capacidad de acción. Se mantendrá hasta cuando el Banco de la Reserva Federal, para evitar un rebrote inflacionario, eleve sus tipos de interés; o hasta que los bancos centrales de Europa y Japón decidan comprar dólares para hacerlo subir de precio y, por esa vía, recuperar la competitividad de sus exportaciones.

El repertorio de medidas que las autoridades podían adoptar está casi agotado: se incrementó la compra de divisas, tanto por el Banco de la República como por el Gobierno; se decidió no monetizar recursos del crédito externo; y se exigió a los bancos un respaldo mayor en dólares para sus pasivos en esa moneda.

En la búsqueda de otros mecanismos para evitar el deterioro del ingreso de los exportadores, que es un componente fundamental de la reactivación económica, el Gobierno ha decidido participar en el mercado de coberturas cambiarias con un doble propósito: ofrecer a los exportadores tasas mínimas para el reintegro de sus divisas, pero, al mismo tiempo, ponerle un techo al precio del dólar para el servicio de la deuda externa pública en un determinado horizonte temporal.

Hay dos características de esta intervención que vale la pena mencionar. La primera, que no implica una interferencia del Gobierno en la flotación del tipo de cambio, el cual seguirá formándose en el mercado diario (spot) con total libertad, sin perjuicio de las intervenciones que el Banco de la República realice con base en las reglas por el mismo establecidas desde tiempo atrás. La segunda consiste en que si para los indicados efectos es posible vender dólares a tasas diferentes a las de mercado del día, es porque el interesado paga un precio definido a través de un mecanismo transparente de subastas públicas. No habrá, pues, subsidios violatorios de nuestros compromisos suscritos en el ámbito de la Organización Mundial de Comercio.

Es preciso, de otro lado, tener una visión de los temas cambiarios estructural o de largo plazo. Esto significa que hemos de tomar conciencia de que la evolución del tipo de cambio es más una resultante de la política macroeconómica y de variables exógenas, que de acciones del Gobierno y el Banco de la República. Guillermo Valencia, un empresario exitoso que exporta la totalidad de su producción, lo ha visto con claridad: "No podemos ganar competitividad a punta de tasa de cambio". Lo cual implica reconocer la relativa ingobernabilidad de esta variable; y la existencia de otras que son cruciales, tales como la productividad de las factorías, la seguridad física y la calidad de la infraestructura. Las tareas conjuntas que los sectores público y privado tienen en estos campos son enormes.

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