La intuición del hombre común corrobora las tesis de los economistas clásicos sobre las bondades del comercio internacional. Este permite a los países especializarse en la producción y exportación de aquellos bienes en los que son más productivos, generando así las divisas requeridas para importar aquello que les hace falta. Y en efecto: para la gran mayoría de las personas resulta mejor vender su fuerza de trabajo a fin de comprar con el salario recibido los alimentos y vestuario que  necesitan en vez de dedicarse a producirlos.  Sin embargo, estas transposiciones del plano micro al macro deben realizarse con cautela. La bondad de una inserción abierta con el exterior es función inversa del tamaño de la economía. Los países con mercados domésticos grandes, en los cuales pueden aprovecharse economías de escala, pueden darse el lujo de mantenerse cerrados, opción impensable para aquellos que, por ser de reducido tamaño, están condenados a la búsqueda de mercados externos. Esto explica que Estados Unidos o Brasil sean más cerrados que el Salvador o Colombia.
 
También es interesante señalar que de la misma manera que es más rentable para un abogado que para un zapatero dedicarse a su profesión y no a producir su propio calzado, la conveniencia de la apertura económica para un país cualquiera es mayor cuando se efectúa frente a aquellos países cuya estructura productiva tenga mayores diferencias. Como también la intuición del ciudadano de a pié lo confirma, a mayor complementariedad entre dos países, mayores serán también las ventajas del intercambio comercial entre ellos. Por esto resulta más promisorio en el largo plazo la integración con los Estados Unidos, la Unión Europea o Japón que con nuestros hermanos de Suramérica debido a que sus economías tienen estructuras muy semejantes a las nuestras. (No sobra recordar que con ellos ya hemos culminado la construcción de una red de tratados de comercio, y que la zona de libre comercio de Suramérica comenzará a operar a partir de octubre próximo).
 
Un estudio reciente de Bolaky y Freund, investigadores de la Universidad de Maryland y el Banco Mundial, respectivamente, nos aportan una perspectiva novedosa: con base en una muestra amplia y cálculos prolijos, demuestran que el comercio libre contribuye al crecimiento en la generalidad de los casos, así esos efectos positivos tiendan a diluirse con el paso del tiempo (lo que ya sabíamos)  pero que esa correlación puede atenuarse, y aún invertirse, si la economía del país en cuestión se encuentra altamente regulada. ¿Por qué? Ante todo porque rigideces normativas pueden dificultar o impedir que para responder a los retos de la competencia externa se realicen, de manera rápida y fluida, los ajustes requeridos en los factores de producción. Si estos permanecen atados, por razones de tipo institucional, a sectores o empresas que no son competitivos, no podrán cosecharse las ganancias esperadas en productividad, flujos de inversión y exportaciones.
 
Esto significa que una parte importante de la denominada “agenda interna” consistirá en una revisión integral de la regulación económica para cumplir objetivos como estos: unificar las múltiples inspecciones aduaneras; reducir los trámites para la creación de empresas; eliminar la posibilidad de que el gobierno manipule ciertos precios; mejorar los mecanismos para el registro y movilización de la propiedad raíz; garantizar que los aranceles sólo se utilicen para definir niveles de protección de largo plazo; ser más severos en la lucha contra los abusos al poder de mercado.
 
Un grupo de facultades de Derecho está realizando un estudio integral sobre el sistema jurídico. Sería espléndido que nos dejaran  conocer un reporte sobre el avance de sus trabajos.
 

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