La IX versión de "Colombia Compite" que tuvo lugar la semana pasada, propició un debate amplio y pluralista sobre los efectos que la estrategia de internacionalización económica tiene en el bienestar de la comunidad, que es, en última instancia, lo que importa. Este objetivo se cumplió a cabalidad. Tanto amigos como adversarios gozaron de un espacio adecuado para exponer sus criterios. Ni siquiera faltó el "fuego amigo". Alejandro Gaviria, por ejemplo, hasta hace poco Sub-Director de Planeación Nacional, afirmó, sin sustento analítico y fáctico, que el tratado de comercio con Estados Unidos"Tendrá un efecto adverso sobre el empleo agrícola y sobre la pobreza rural". Dado que siempre es noticia que un hombre muerda a un perro y no a la inversa, al día siguiente sus afirmaciones recibieron amplio despliegue.

 

Como sus rotundas manifestaciones fueron expuestas cuando apenas comienzan las negociaciones, y no se ha suscrito compromiso alguno sobre el ámbito agrícola en sus dimensiones cruciales de acceso de nuestra producción al mercado norteamericano, de protección frente a subsidios distorsivos y de cronogramas de desgravación, ellas implican que sea cuales fueren los acuerdos estamos perdidos, lo cual es absurdo, o que el equipo negociador es incapaz de representar de modo adecuado los intereses nacionales, implicación que me parece injusta. Mejor contribución al debate prestaría nuestro antiguo colega si se ocupara de analizar las transformaciones que ha tenido el agro en México y Chile en estos años de apertura económica. De seguro encontraría muchas lecciones útiles para el país y razones para respaldar, con las debidas cautelas, la política comercial que adelantamos.

 

Interesante la exposición de Carlos Rodríguez, Presidente de la CUT, organización que se opone al TLC. No es extraño que así ocurra. El sindicalismo colombiano representa los intereses de los empleados públicos que son titulares de privilegios difíciles de mantener, dadas la penuria del Fisco y la necesidad de mayor eficiencia en el funcionamiento del Estado, pero poco se ocupa de la gran masa de trabajadores del sector privado a los que, en muchos casos, conviene una inserción más abierta con el exterior. Pero su lenguaje es bien diferente del confrontacional que la izquierda ha utilizado durante años y abre valiosos espacios para el diálogo. Tiene razón en clamar por la garantía de los derechos laborales fundamentales, en la necesidad de preservar mecanismos para impedir excesos de volatilidad derivadas de flujos financieros especulativos, en su preocupación por los trabajadores emigrantes, y en el manejo prudente de los impactos sobre la salud pública en las negociaciones sobre propiedad intelectual.

 

La visión de la Iglesia fue presentada por Guillermo Escobar, Embajador nuestro en el Vaticano y consejero del Papa. Citando a Juan Pablo II señaló que "La globalización es un fenómeno intrínsecamente ambivalente, a mitad de camino entre un bien potencial para la humanidad y un daño social con graves consecuencias. Para orientar en sentido positivo su desarrollo, será necesario esforzarse a fondo con vistas a una globalización de la solidaridad". Tal fue el compromiso asumido por los países avanzados en Doha cuya concreción hay que seguir buscando en el campo multilateral y en el tratado que se discute con los Estados Unidos.

 

Hernán Vallejo, brillante profesor de los Andes, fue claro en mostrar las ventajas de avanzar en una mayor integración económica con el exterior a sabiendas de que hacerlo es una condición necesaria mas no suficiente para lograr crecimiento sostenible con equidad social. Se impone avanzar en la "Agenda Interna", asunto que trató en detalle Santiago Montenegro. Avanzamos, pues, en la dirección correcta y lo hacemos de cara al país.

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