Después de los adversos resultados electorales, el Partido Liberal tendrá que realizar un intenso proceso de autocrítica que le permita recuperar la sintonía popular. Con el  debido respeto, me atrevo a señalar algunas posiciones del candidato del Partido sobre lo que él denomina “lo social”, que podrían haber tenido influencia en ese magro desempeño.

Me parece que haber dicho que la pobreza ha venido creciendo en  este cuatrienio es contrario a la evidencia estadística, lo cual afectó la credibilidad del candidato. Es discutible qué tan grande ha sido la disminución, dado que hay distintas metodologías para medirla, pero no importa cuál se utilice las cifras muestran un desempeño positivo. Esto, que es verdad cuando se tienen en cuenta los indicadores monetarios, es aún más notorio cuando se incorporan otros factores de bienestar, tales como el acceso a la educación y a la salud. Presentar la duplicación del salario mínimo como uno de los ejes de la propuesta social fue, creo, error grave. Si fuera posible mejorar por esa vía el ingreso de los trabajadores, ¿Por qué no, más bien, cuadruplicarlo? El electorado entendió que propuestas de ese tipo generan una espiral inflacionaria que en breve plazo arrebata mejoras artificiales en la capacidad adquisitiva.

Hay que decir, de otro lado, que no basta con tener sensibilidad sobre “lo social”; se requiere también sobre “lo económico”. De este ámbito surgen las restricciones que enmarcan las políticas sociales. Un mal esquema financiero para la política social, no importa qué tan justa y apremiante sea, puede ser causa de grave volatilidad económica y ésta, como se sabe, causa estragos  precisamente en los más pobres, que carecen de mecanismos para mitigar los riesgos de desempleo o inflación. Pero, por supuesto, estas preocupaciones no suelen nutrir el discurso pronunciado desde tarima o balcón.

El acceso generalizado a educación de buena calidad, tiene directa incidencia en la reducción de la pobreza. Pero como el Censo lo ha revelado, la deserción escolar es alta, lo cual ocurre por la perversa sumatoria de dos factores: los costos de oportunidad para la familia derivados de mantener niños y jóvenes fuera del mercado laboral son crecientes, al tiempo que los rendimientos económicos de la educación sólo se recogen a plenitud con la culminación del ciclo post-secundario. Es preciso, por lo tanto, fortalecer los programas de transferencias en efectivo a los hogares pobres a condición de que los hijos permanezcan en el sistema escolar.

En un país tan fragmentado físicamente como el nuestro, las  mejoras en la infraestructura vial en áreas rurales pueden servir para conectar regiones aisladas con los mercados urbanos. Acciones de este tipo por sí solas pueden tener un impacto positivo en la reducción de la pobreza, así el gasto público correspondiente no pueda ser clasificado como social.

Si bien el desarrollo económico por sí solo genera reducción de la pobreza, la magnitud del efecto depende de qué tan intensivos sean los sectores que lo determinan en la generación de empleo. No es lo mismo que la economía crezca jalonada por la minería que por la industria. Y,  en este último caso, por unas industrias y no por otras; las confecciones son altas generadoras de mano de obra, pero no tanto la industria textil que tiene un componente alto de tecnología. ¿Se deben estimular los sectores en los que se tienen ventajas competitivas o aquellos que generan más empleo, así no sean competitivos?

Resuelta la contienda electoral, y de cara a la formulación del Plan de Desarrollo del nuevo Gobierno, se abre un espacio propicio para buenos debates sobre “lo social”. El Partido Liberal tiene una oportunidad de oro.

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