Son numerosos los factores que inciden en el desempeño futuro de la economía que escapan al control de las autoridades, bien sea porque son irresistibles ya porque son imprevisibles. Un aumento o caída sustancial en la demanda por importaciones de cualquiera de nuestros principales socios comerciales, Estados Unidos o Venezuela, por ejemplo, tendría importantes repercusiones domésticas frente a las cuales poco o nada puede hacerse, al menos en el corto plazo. Los cambios tecnológicos y el desarrollo de nuevos productos, o la reacción de los mercados financieros y de capitales frente a conjeturas sobre la evolución de la inflación, los tipos de interés y las paridades cambiarias de las principales monedas, son fenómenos no susceptibles, en general, de medidas compensatorias diseñadas con antelación. De otro lado, la política económica se define, sin que sea posible evitarlo, con base en elementos de juicio que son ambiguos e incompletos. Para colmo, las circunstancias cambian con celeridad mayor a la capacidad que tenemos para percatarnos de la nueva situación y corregir el rumbo.

Por razones como éstas, creo de mayor utilidad, si se quiere tener una noción adecuada de los beneficios de una política activa de inserción con el exterior, apoyarse más en el conocimiento de la historia que en las herramientas de prospectiva económica. China, Irlanda y la India tienen mucho que enseñarnos a este respecto.

China e India ilustran el caso de economías que optaron por aislarse del resto del mundo y aumentar la injerencia del gobierno en todos los asuntos de la vida económica. El resultado después de varias décadas fue de estancamiento económico, rezago tecnológico y elevados niveles de pobreza.

El giro hacia economías de mercado, mediante reformas estructurales, reducción unilateral de los aranceles, políticas de fomento del emprendimiento privado y de aumento del comercio internacional, les permitió crecer a tasas elevadas y reducir la pobreza. China crece a tasas promedio del 9% e India al 6%. Los niveles de pobreza bajaron del 60% al 8% en China entre 1980 y 2003; en el caso de India bajaron del 42% al 35% entre 1990 y 2001. Con esos ritmos de crecimiento, China está duplicando su PIB per cápita cada 9 años y la India cada 12 años.

Irlanda ilustra el efecto de la integración económica y la adopción de políticas complementarias. En 1973 realizó su ingreso a la Comunidad Económica Europea, pero su crecimiento se mantuvo relativamente bajo debido a sus políticas de gasto público expansivo y altas tasas impositivas para dinamizar la economía. Sólo en la parte final de los años ochenta optó por reducir el abultado déficit fiscal (14% del PIB), bajar la tasa de impuesto corporativo y crear incentivos para la inversión extranjera. Los resultados son notables: de ser una de las economías con PIB per cápita más bajo de la Unión Europea, pasó a ser la segunda, sólo superada por Luxemburgo. El PIB per cápita crece al 7.4% anual.

Contrastan estos resultados con los de Colombia, con un crecimiento promedio del PIB per cápita del 1.14% anual entre 1983 y 2003. Esto significa que para duplicar el ingreso son necesarios 62 años. Si lográramos crecer sostenidamente el PIB per cápita al 3% anual, lo podríamos duplicar cada 25 años.

Por mera pulcritud intelectual, soy incapaz de oponer a los sombríos pronósticos que formulan quienes se oponen a la estrategia de desarrollo en curso, una visión igualmente extremista de signo contrario. Vale la pena, sin embargo, tener en cuenta estas experiencias. Nada impide que nosotros, haciendo con cautela lo mismo, tengamos éxitos semejantes a los de estos tres países.

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