Uno de los propósitos perseguidos por el Gobierno con la estrategia de inserción activa en la economía globalizada, es el de apuntalar la dinámica de la demanda interna para asegurar tasas de crecimiento sostenibles superiores al 5% anual. Esta decisión, junto con otras de carácter macroeconómico, debe repercutir en mayores niveles de empleo y, con la ayuda de una focalización correcta del gasto social, en reducción de la pobreza. Diversos estudios muestran que no hay un efecto directo de la política comercial sobre la pobreza, por lo que no sustituye el instrumental de lucha contra ese flagelo; no obstante, la política comercial actúa sobre varios de sus determinantes a través de múltiples canales.

El primero es el mayor crecimiento; entre más crece un país, menores son sus niveles de pobreza. El segundo canal se percibe en economías atrasadas o en vías de desarrollo en los  sectores exportadores intensivos en mano de obra. Son estos los que más rápidamente captan los efectos del acceso preferencial a los mercados de otros países, aumentando el empleo y los ingresos de familias que carecen de ingresos propios. El tercer canal es la reducción de los precios de los bienes de consumo final, especialmente los alimentos, cuya adquisición agota la mayor parte del ingreso de los más pobres. Esta reducción de precios tiene lugar cuando el efecto de los menores aranceles se transfiere al consumidor final, y cuando la creación de comercio se refleja en una mayor oferta de los productores más eficientes que son quienes lo hacen a menores precios.

Muchos ejemplos ilustran lo enunciado, pero tal vez el más interesante es China. Después de 30 años de socialismo autárquico, China era uno de los países más pobres del mundo. Entre 1960 y 1978 ocupó el último lugar en el grupo de países con información de PIB per cápita. Estudios del Banco Mundial muestran que en 1980 la población pobre, definida como la que vive con menos de dos dólares diarios, superaba el 60%. A partir de 1978 la política de desarrollo dio un giro de 180 grados, con reformas estructurales que fueron profundizadas a comienzos de los noventa. Las reformas incluyeron la flexibilización de algunos sectores mediante incentivos de mercado, la creación de zonas económicas de exportación, la disminución de aranceles y la reducción de los obstáculos al comercio internacional.

A medida que China alcanzó niveles estables de crecimiento económico de largo plazo superiores al 9% anual, los indicadores de pobreza cayeron marcadamente. Estimaciones recientes indican que en el 2001 el porcentaje de población cuyo ingreso es inferior a dos dólares diarios fue del 8%. El ingreso per cápita en 2002 fue de US $ 944, esto es, 6.4 veces el que tenía cuando cambió el enfoque de la política de desarrollo.

En el caso de Colombia, la complementación de la política comercial con una política macroeconómica sana, puede llevar al país por una senda similar de alto crecimiento de largo plazo y reducción de la pobreza. Con el alto nivel de desempleo de Colombia, es claro que una porción significativa de la pobreza urbana se relaciona con la carencia de ingresos; cabe esperar que la mayor generación de empleo provocada por los acuerdos comerciales fortalezca los ingresos y disminuya la pobreza de numerosas familias. Por último, como la línea de pobreza se define en función de canastas de consumo, su abaratamiento relativo repercutirá en mayor acceso de las familias pobres.

La pobreza es un fenómeno difícil de derrotar. La política de integración  puede contribuir a ese objetivo. Asómense  los incrédulos  a  China.

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