Para la FAO, "Existe seguridad alimentaria cuando toda la gente, en todo momento, tiene acceso físico y económico a suficiente alimento nutricional y en forma segura, con el fin de suplir sus necesidades dietéticas y preferencias alimenticias para una vida activa y saludable". Esta definición pone el acento en el consumo; no concede importancia al origen, nacional o foráneo, de los alimentos. Sin embargo, hay quienes asumen que "la verdadera" seguridad alimentaria consiste en laproducción, dentro de las fronteras nacionales, de los alimentos que el pueblo requiere; por este motivo aspiran a que no se importen alimentos. ¿Es racional este enfoque?

No parece factible en numerosos casos. De los 63 países más pobres del mundo, 48 son importadores netos de alimentos; y lo son, en buena parte, porque no pueden producirlos o porque les resulta más conveniente producir y exportar bienes agrícolas diferentes a alimentos y usar las divisas así obtenidas para importarlos. Burkina Faso, un país pobrísimo, cuya renta per cápita es el 11% de la nuestra, hace bien en cultivar algodón, sorgo y mijo en exceso de sus propias necesidades de consumo para comprar en el exterior los alimentos que con tanta urgencia demanda. Esta no es una situación insólita. La mitad de los países que integran la categoría a que me refiero, si bien deficitarios en alimentos, son excedentarios en bienes agrícolas. Su interés consiste, no en producir más alimentos, sino en obtener buenos precios en los mercados internacionales para sus materias primas agrícolas.

El célebre clérigo y demógrafo inglés Robert Malthus planteó en el siglo XIX que como la demanda por alimentos en el largo plazo crecería más rápido que la capacidad de producirlos, la humanidad estaba abocada al hambre, a menos que se controlara el crecimiento de la población. Este pronóstico apocalíptico resultó falso. Las ganancias en productividad en las faenas agrícolas han hecho posible que la producción crezca a una tasa superior a la de las necesidades de alimentos; las crisis alimentarias que se han producido en los últimos dos siglos han obedecido a problemas políticos o económicos; no a la falta de víveres.

Además, en general no existen restricciones a la exportación de alimentos en los países que los producen en exceso de sus necesidades; los medios de transporte son de fácil acceso y bajo costo; la información sobre la oferta mundial de unos y otros se encuentra disponible; no se avizoran conflictos internacionales que pongan en jaque el comercio mundial de bienes alimenticios.

Colombia siempre ha sido exportador neto de bienes agrícolas: no podemos consumir todo el café y el banano que producimos, ni tendría sentido dejar de sembrar flores para cultivar hortalizas, entre otras razones porque con las que ya producimos se satisface la demanda interna. Las importaciones de bienes agropecuarios son reducidas -el 6.2% de las importaciones totales- y están básicamente representadas por maíz, trigo, soya y cebada. En el primer caso, la producción doméstica sólo abastece el 37% del consumo. En los restantes no somos competitivos, aún en un hipotético escenario en que no hubiera subsidios distorsivos del comercio internacional, como lo prueba la sistemática caída de la producción a pesar de la existencia de elevadas barreras a su importación.

Haber facilitado la importación de materias primas de la industria de concentrados dobló en 20 años el consumo per cápita de pollo, lo cual se traduce en proteínas de buena calidad especialmente para los pobres que gastan una proporción mayor del ingreso en la adquisición de alimentos. No tiene, pues, sentido, la autosuficiencia alimentaria. Que es lo que pretendía demostrar.

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