La teoría expuesta en el estudio que patrocinan The Wall Street Journal y de Heritage Foundation es clara: existe una alta correlación positiva entre libertad económica, medida ésta por un conjunto de variables tales como apertura externa, magnitud de la carga tributaria, respeto a los derechos de propiedad, calidad de la política monetaria, regulaciones impuestas al sector financiero, intervención estatal en la fijación de precios y salarios; y el grado de bienestar de la población expresado por la magnitud del ingreso per-capita. La evidencia empírica, a su vez, resulta abrumadora; se fundamenta en una muestra de 155 países de la cual resulta que los campeones en libertad económica son Hong Kong, Singapur y Nueva Zelandia, todos ellos con altos niveles de prosperidad, mientras que en la cola aparecen Zimbabwe, Libia y Corea del Norte, países tanto reprimidos como sumidos en la pobreza.

A partir de estas constataciones se asume que hay que promover la libertad económica por todo el orbe. Quien aquí escribe comparte, con ciertas importantes modulaciones, esa tesis, pero cree que el estudio comentado habría debido demostrar lo que da por supuesto: que la causa eficiente del progreso de los pueblos es la libertad económica y no, a la inversa, que ella es la resultante del bienestar social. O dicho de otra manera: que es preciso desplegar una intensa gestión estatal de los mercados mientras se logra derrotar el atraso para, entonces si, dejarlo operar a plenitud. La libertad, entonces, sería un lujo que sólo pueden darse los países avanzados. Omitir este debate, que está más vivo que nunca, le quita seriedad al trabajo que se acaba de divulgar.

En uno de los capítulos del libro que comento se analizan las distorsiones que al comercio mundial de bienes agrícolas introduce la política de subvenciones que practica la Unión Europea, la cual gasta la mitad de su presupuesto en ayudas a su sector agrícola, a pesar de que este sólo genera el 2% del producto y el 5% del empleo. La supresión de los subsidios al azúcar, uno de los productos que en mayor medida los perciben, tendría el efecto de eliminar la producción europea pero, al mismo tiempo, haría subir el precio internacional en un 30%, mientas que el doméstico caería a la mitad. Los beneficios serían enormes para los países tropicales, que podrían exportar, y para los consumidores europeos que pagarían precios menores. Infortunadamente, el documento no contiene un análisis equivalente de la política agropecuaria de los Estados Unidos, a la que caben reproches semejantes a la que practica la Unión Europea. Esta omisión tampoco contribuye a la objetividad que toda publicación con pretensiones científicas debe tener.

¿Si el liberalismo económico es tan bueno, como las cifras parecen demostrarlo, porqué es tan difícil venderlo? Hay, al menos, dos razones. La primera consiste en que permitir que el mercado asigne rentas y recursos de manera automática, en función de factores de eficiencia y rentabilidad, no genera rendimientos políticos. Es la intervención estatal la que, en ocasiones, a través de la regulación, o mediante mecanismos ad-hoc, beneficia a unos sectores en detrimento de otros. La experiencia demuestra que esta captura del Estado por intereses particulares funciona bien siempre que se logre justificar -lo que con frecuencia es falso- que se interviene en favor de los pobres; y a condición de que sea posible que los verdaderos beneficiarios lo sepan y actúen con gratitud. Así se fortalece la "gobernabilidad".

La otra es esta: existe una brecha gigantesca entre las ideas económicas de quienes tienen formación en esa ciencia y la gente del común. Basta que, por ejemplo, se diga que el control de los precios restringe la oferta y genera desabastecimiento para suscitar la reacción airada del hombre de la calle. Ante cualquier problema económico la actitud popular se expresará en este principio: "Hay que ser creativos, olvidémonos de la ortodoxia". Lo cual es tan absurdo como pedirle a un piloto que, en caso de emergencia, no se guié por el manual. A esto llamo el "paradigma paradójico".

Aliados estratégicos