Transcurridos diez años de vigencia del Tratado de Libre Comercio entre Los Estados Unidos, Canadá y México, evaluar sus resultados aporta lecciones útiles para países que, como el nuestro, han decidido embarcarse en un proceso de apertura de sus economías. Desde luego, a sabiendas de que ninguna experiencia histórica es replicable por fuera del contexto en que tuvo lugar.
 
Esta afirmación, que es incuestionable en abstracto, lo es en mayor medida cuando se tienen en cuenta las condiciones que hacen singular la experiencia mexicana. Antes de la suscripción del NAFTA México había iniciado la  liberación unilateral de su comercio exterior, lo que incidió en su desempeño posterior en una medida que no es posible estimar con precisión. Poco después de su entrada en vigencia tuvo ocurrencia la crisis del Tequila, que condujo al cierre del financiamiento externo y a una contracción del sistema bancario  todavía no superada. La existencia de una extensa frontera común determina, por sí sola, un grado elevado de integración entre ambos países que hace a la economía azteca altamente dependiente de las depresiones y auges de su vecino; casi el 90% de las exportaciones de México van a los Estados Unidos.
 
Uno de los mejores estudios  realizados con motivo de este aniversario es el reciente del Banco Mundial. Allí se lee que "...el Tratado ha ayudado a que México se acerque a los niveles de desarrollo de sus socios. Por ejemplo, sus exportaciones globales habrían sido 25% inferiores sin el NAFTA y la inversión extranjera directa un 40% inferior.  Logros estos de gran significado para Colombia, habida cuenta de las amenazas que gravitan sobre nuestra balanza de pagos como consecuencia de la incertidumbre sobre nuevos hallazgos de hidrocarburos y las muy posibles restricciones para obtener crédito externo si persiste el severo desequilibrio fiscal. De otro lado, la crónica insuficiencia de nuestro ahorro doméstico, que debe ser complementado con importantes flujos de inversión extranjera, torna apremiante que podamos obtener flujos semejantes a los de México. Si así no ocurre, nuestras posibilidades de crecimiento a mediano plazo serán inciertas.
 
El comportamiento de  los salarios reales después de la firma del NAFTA no es espectacular, en buena parte  por los devastadores efectos de la masiva devaluación de 1994, cuando el peso perdió frente al dólar casi la mitad de su valor. Como fatal consecuencia, de un día para el otro los salarios reales cayeron en un 20%. Estos ya se han recuperado frente a los niveles previos a la crisis, lo cual habría tomado mucho mas tiempo en ausencia del Tratado.
 
No es verdad que la integración de los manitos con Norteamérica haya sido la causa de la ruina de su sector agrícola, el cual no ha dejado de crecer desde 1995. Por el contrario, la apertura del mercado  de los Estados Unidos explica la bonanza de las exportaciones de frutas y aguacates. Los problemas que se han presentado están focalizados en unos pocos productos, el maíz, por ejemplo.
 
Hay que reconocer que el Tratado no es popular en México, opinión que obedece a una errónea percepción de lo que el libre comercio puede aportar.  Con buen juicio, The Economist hace este balance: "El NAFTA por si sólo no ha sido suficiente para modernizar el país o garantizar prosperidad ...Pero ha incrementado el comercio entre sus integrantes, lo que es bueno pero no basta. Infortunadamente, sucesivos gobiernos mexicanos no han sido capaces de resolver problemas tales como la corrupción, un sistema educativo pobre, el papeleo, las deficiencias de infraestructura, la falta de crédito y una precaria tributación. Todo esto es lo que impide que tanto mexicanos como inversionistas extranjeros aprovechen a plenitud las ventajas del libre comercio". Los tratados de comercio no son la panacea, pero ayudan, acompañados por otras políticas, a generar progreso económico y social.
 

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