"Los empresarios dirán si lo hemos hecho bien".

Las exportaciones de Colombia a los países integrantes de la Comunidad Andina han sido, en años recientes, de singular importancia. En el 2002, por ejemplo, nuestras exportaciones a los países del área representaban el 19.5% del total; y lo que es aún más importante: equivalían al 20% de las exportaciones de bienes manufacturados. El grueso de las ventas externas de vehículos, autopartes, maquinaria y equipo, que tienen un alto componente de valor agregado, han tenido por principal destino a la región.

De hecho, una porción importante del desarrollo del aparato industrial en la pasada década ha sido posible gracias a este mercado. Preservar allí la presencia de la producción nacional, constituye uno de los objetivos estratégicos de la acción del Gobierno.

Es preciso examinar, sin embargo, si esta declaración es congruente con el empeño de avanzar en las negociaciones plurilaterales de carácter hemisférico -el Alca-, la celebración del tratado de libre comercio que este año se comenzará a negociar con Estados Unidos, la muy probable postergación indefinida del compromiso de tener un arancel externo común, y los acontecimientos económicos y políticos que están ocurriendo en los países andinos.

Uno de los objetivos de la Comunidad Andina al momento de su creación en 1969, consistió en la conformación, en un futuro no definido, de un mercado común latinoamericano. Mencionar este anhelo es importante porque demuestra que la CAN siempre se percibió a sí misma como un esquema de integración de carácter temporal, que sólo tendría vigencia mientras se lograba que, a través de un conjunto de procesos de convergencia de las distintas subregiones, pudiera arribarse al ideal de un mercado único. En su conducta práctica los principales países de la región adoptaron decisiones en una dirección diferente.

Basta recordar que México, por ejemplo, decidió, hace ya 10 años, que le resultaba más útil celebrar un acuerdo de integración con Estados Unidos y Canadá. Pero el golpe de gracia al mercado común latinoamericano lo dieron todos los países de la región cuando, con excepción de Cuba, optaron por negociar el Alca que es un proyecto de alcance continental bastante más promisorio. Apunta a optimizar ventajas competitivas y a garantizar el acceso a mercados de mayor tamaño.

Otra de las utopías plasmadas en el Acuerdo de Cartagena consiste en la adopción de un arancel externo común, el cual habría de permitir el desarrollo de la producción andina gracias a la protección brindada por unas tarifas altas aplicables a terceros países. Tuvieron que pasar 27 años antes de que se hiciera el primer intento de cumplir este mandato. No puedo, por limitaciones de espacio, contar esta frustrante historia. Me limito a decir que de los 5 países andinos, 3 aceptaron participar en esta disciplina, un cuarto la adoptó con amplias excepciones y sólo un quinto lo aplica con seriedad. Los esfuerzos que se han realizado para resolver este problema han sido infructuosos.

Por fortuna, diversos estudios han demostrado que los flujos comerciales intracomunitarios dependen del crecimiento económico y de las ventajas naturales, fortalecidas, sin duda, por la ausencia de tributos en el tráfico andino. No del imperfecto arancel externo común en cuyo perfeccionamiento no vale la pena insistir.

Las bajas tasas de crecimiento y la turbulencia política impiden ser optimistas sobre la dinámica de nuestras exportaciones a la región andina. Esta circunstancia se ve agravada por la dolarización en Ecuador, que al restar competitividad a sus exportaciones de manufacturas incrementa su déficit de balanza de pagos; y por el control de cambios adoptado por Venezuela, el cual -hay que reconocerlo- se ha venido flexibilizando en beneficio de Colombia. Para contrarrestar en parte estos obstáculos hemos desplegado una intensa labor diplomática y comercial. Los empresarios dirán si lo hemos hecho bien.

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