Culminada, luego de extenuantes jornadas, la negociación del TLC con los Estados Unidos, viene ahora un debate político, que ojalá sea de altura, sobre sus implicaciones para el futuro del país. Uno de los elementos de ese debate tiene que ver con el supuesto deterioro de los ingresos fiscales que su puesta en marcha habría de generar.

Es apenas obvio que la reducción de los aranceles que se aplican al 40% de las importaciones del país (medidas por país de compra), ocasione una contracción de los ingresos tributarios. Eso lo corroboran todos los estudios de impacto del TLC, aún cuando la magnitud estimada varía. La desgravación ocasionaría una caída del recaudo de aranceles cercana a los US$350 millones, según el estudio de Martín y Ramírez, del Banco de la República, y de US$590 millones, según el estudio del DNP; para Jesús Botero, del CIDE de la Universidad de Antioquia, sería de US$250 millones, modelando una mejora en la competitividad como resultado del TLC.

Esos estimativos se basan en el comercio proyectado. Pero un análisis de las cifras de recaudos tributarios de 2004, último año disponible, permite intuir que el impacto de la desgravación podría ser aún inferior. De un recaudo de US$1.060 millones por aranceles, las importaciones provenientes de Estados Unidos pagaron US$220 millones, que representan el 21%; esto obedece a que el 77% de las importaciones corresponde a bienes con aranceles implícitos iguales o inferiores al 5%. Puesto que el impacto a corto plazo lo originan los productos que quedaron en la canasta de desgravación inmediata, la reducción en el primer año sería de US$120 millones, tomando sólo los bienes industriales; el resto del impacto se diluye entre 5 y 10 años.

Pero el análisis del impacto tributario del TLC no se puede quedar ahí, pues los efectos fiscales del Tratado son múltiples. Adoptando las medidas complementarias necesarias, la evidencia empírica y los modelos de impacto muestran que es razonable esperar mayor crecimiento económico, incremento de la competitividad, mejora en la percepción de riesgo por parte de los mercados financieros internacionales, mayor inversión, desarrollo de nuevos sectores de exportación y aumento del comercio. Todos estos factores inciden en el balance tributario del gobierno.

El problema es que las herramientas disponibles no permiten modelar todos esos efectos. Sin embargo, los ejercicios disponibles indican claramente que la economía se moverá en la dirección mencionada, de forma que la caída arancelaria puede ser compensada con otros ingresos del gobierno. Así, Martín y Ramírez diseñaron un escenario en el que se eliminan no sólo las barreras arancelarias sino las no arancelarias y suponen que hay un aumento exógeno de la inversión real de un 10%; en este caso, el ingreso tributario neto -menos ingresos arancelarios y más ingresos por otros impuestos- arroja un saldo positivo de US$14 millones. Jesús Botero en su estimación del impacto fiscal toma en consideración los otros ingresos tributarios que genera la mayor actividad económica derivada del incremento en el comercio, los mayores flujos de inversión extranjera y el aumento de la productividad; el resultado neto que obtiene es un incremento de los ingresos tributarios del gobierno en cerca de US$330 millones.

Por último, es bueno tener en cuenta que en la medida en que los países avanzan en su proceso de desarrollo, los tributos al comercio exterior son progresivamente desplazados por gravámenes a la actividad económica interna. No hay razones para pensar que Colombia  será la excepción.

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