Sigue Colombia una ambiciosa agenda de negociaciones internacionales de comercio e inversión: la muy publicitada y difícil con los Estados Unidos; los acuerdos con Chile y Cuba, que se firman este mes;  aquellos con los países del Triángulo Norte de Centroamérica; y Venezuela, que deben quedar finiquitados antes de que el año finalice; y los que se abrirán el año próximo con los dos bloques europeos (UE, EFTA) y con Canadá. Por último, se procurará profundizar la integración con México para incorporar el ámbito agropecuario.

Si queremos ser competitivos, la celebración de acuerdos debe estar acompañada de un ambicioso programa de reajuste institucional y normativo.  La  calidad es uno de sus capítulos.  Para apreciar su complejidad, examinémosla mediante un ejemplo: la que debe tener un cinturón de seguridad para pasajeros de automóviles. Para comenzar, es obvio que su idoneidad para cumplir el fin protector de la vida en caso de accidente no es cuestión que pueda dejarse al libre juego del mercado. Los compradores de automóviles desconocen, por regla general, cuál debe ser la resistencia en kilogramos por centímetro cuadrado de los elementos que lo integran (correas y herrajes); y aún si tuvieran esa información, en el momento de adquirir un vehículo no podrían verificar si esas especificaciones se cumplen. Es menester, por lo tanto, que exista una autoridad que defina, en primer lugar, el reglamento técnico, y, en segundo, otra que pueda establecer con certeza si un producto específico la cumple o no.

Ahora bien: la autoridad que expide la norma técnica puede ser pública o privada, pero en ambos casos su contenido debe ajustarse a referentes internacionales.  Y en cuanto a la autoridad de quien verifica el cumplimiento de la norma, es claro que para cumplir a cabalidad su misión deberá tener el respaldo de un laboratorio cuya capacidad técnica e independencia hayan sido reconocidas; a su vez, los equipos que utiliza para efectuarlas deben ser calibrados contra un patrón inobjetable.

Demos un paso más y supongamos que los cinturones de nuestro ejemplo se producen con destino al mercado internacional.  En tal caso, la idoneidad de las normas técnicas, que puede ser obligatorias o voluntarias, y la confiabilidad de quienes homologan la calidad, deben ser fácilmente reconocidas en el país de destino. Para estos fines los sistemas nacionales de calidad se integran en una red mundial basada en el reconocimiento recíproco de las distintas autoridades nacionales involucradas. Esa red mundial se fundamenta en los principios de no discriminación, transparencia, referencia a normas internacionales e intercambio de información, entre otros, que se hallan contenidos en el acuerdo sobre obstáculos técnicos al comercio suscrito  por los países miembros de la OMC.

No son triviales las consecuencias derivadas del funcionamiento de los sistemas de aseguramiento de la calidad. Estudios realizados para la Unión Europea demuestran que la armonización de las normas técnicas, tanto como la reducción de los costos de homologación de la calidad tienen un impacto significativo en el crecimiento del comercio exterior y de la economía en su conjunto. Encuestas recientes demuestran que las empresas que han adoptado la norma ISO 9.000, una norma voluntaria sobre la calidad de los procesos gerenciales, han tenido un incremento de sus exportaciones de hasta el 20% de su valor.

Ocuparnos en detalle de mejorar el Sistema Nacional de la Calidad, como lo establece un reciente documento Conpes, tal vez sea un  buen efecto colateral del proceso de vincularnos, de modo profundo y proactivo, al mundo exterior.

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