Amigos y adversarios del Presidente Samper coinciden en reconocerle su trato amable y su sólida formación intelectual. Lo recuerdo bien, a comienzos de la década de los 70, cuando desde ANIF movilizó ideas que aún hoy suenan escandalosas, tales como la legalización de la “maracachafa”. Pues bien: hace poco se realizó una reunión de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores destinada a analizar el avance de las negociaciones del TLC con los Estados Unidos. Allí Samper realizó interesantes comentarios que quedaron recogidos en el documento que entregó para su inclusión como anexo del acta. De seguro lo hará público próximamente y no tomará a mal que el “suscrito” le haga un par de acotaciones. 

Se duele el Ex-Presidente de que el TLC no sea “nada más que eso” y no un acuerdo profundo de integración como el que ha tenido lugar en la Unión Europea; que si lo fuera contendría  cuantiosos “fondos de cohesión social” para reducir las desigualdades sociales, propiciar la modernización de la agricultura y reducir las diferencias en competitividad entre los Estados Unidos y los países de América Latina y el Caribe, facilitaría las migraciones laborales y la eliminación de las visas para circular entre los diferentes países, y abordaría la espinosa cuestión de los subsidios a la producción agropecuaria.

Desde luego, sería deseable que así fuera pero no puede perderse de vista que hay diferencias sustanciales de contexto histórico entre Europa y este continente. No han ocurrido aquí, como si allá, devastadoras confrontaciones bélicas, la última de las cuales produjo una mortandad sin antecedentes en la historia de la Humanidad. Justamente para aclimatar la paz se creó, en 1951, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero que es el primer mojón de lo que hoy es la Europa de los 25. Sin guerras, probablemente no habría Unión Europea u otros  serían sus perfiles. 

Pero de estas evidentes diferencias de propósito y contenido no puede deducirse que un tratado de libre comercio, que debe garantizarnos un acceso preferencial al mercado más grande del mundo, al tiempo que logramos una liberación prudente para el nuestro, sea asunto de poca monta. Samper lo reconoce y señala que “no podemos quedarnos estáticos frente a una realidad incuestionable… (y que) tenemos que prepararnos para esta nueva etapa de internacionalización que se abrirá con la suscripción del Acuerdo”. Cuestión diferente, en su opinión, es si estamos preparados para dar este paso, lo cual nos lleva al asunto fundamental de la agenda interna.

Lo cierto es que Colombia sí compite y singularmente lo logra en el mercado de los Estados Unidos; así lo prueba el dinamismo reciente de sus exportaciones, en especial las de valor agregado a ese mercado y las mejoras en competitividad  logradas en años recientes que documentan las distintas comparaciones internacionales que con regularidad se divulgan. Nuestros puertos son, por ejemplo, mejores que hace 10 años, la cobertura de la educación mejora más que su calidad pero en ella también hay progresos; y los avances en capacitación y acceso al crédito para los microempresarios son halagadores. Grave error sería, por lo tanto, abstenernos de avanzar en la tarea de internacionalizar nuestra economía hasta cuando estuviéramos en  condiciones óptimas de competencia.

En esto, como en el verso de Machado, “se hace camino al andar”, aunque hay que apurarse; tal es el propósito de la “Agenda Interna para la Productividad y Competitividad” que, bajo el liderazgo de Planeación Nacional se encuentra en proceso de elaboración.

No tengo espacio para comentar otros tópicos del interesante texto de Samper. Lo haré en próximas ocasiones.

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