Con dignidad e inteligencia ejerce el Senador Navarro Wolff la oposición al Gobierno. Es bueno que así acontezca. La democracia resulta fortalecida cuando, bajo reglas por todos respetadas, quienes detentan las mayorías gobiernen, mientras las minorías se preparan para asumir el poder en futuros comicios. Dada su condición de adversario, es comprensible que haya presentado una propuesta de modificación de la Constitución para que el TLC con los Estados Unidos no sea decidido por el Congreso sino por el Pueblo mediante referendo.
 

El referendo hace parte de la moderna democracia de participación que adoptamos en 1991 para enriquecer la de carácter representativo que ejerce el Congreso. Cuándo y bajo qué circunstancias puede utilizarse es algo que, con razón, ha sido regulado en detalle: se trata de un instrumento poderoso que, si se usa mal, puede resultar catastrófico. Hay medidas indispensables que no son populares y que el Pueblo estaría inclinado a derrotar si se le someten a su consideración; una reforma a fondo del IVA, por ejemplo. O al revés: evidentes disparates pueden gozar de respaldo generalizado en las urnas; un referendo para congelar los precios y duplicar los salarios probablemente recibiría entusiasta respaldo.
 

El tratado de comercio con los Estados Unidos regulará, si las negociaciones concluyen con éxito, más de 430 asuntos que se plasmarán en un texto que excede las 500 páginas; su lectura  requeriría al menos una semana. ¿Será posible, en estas condiciones, una decisión madura del ciudadano raso? La dificultad intrínseca de los asuntos es otro escollo digno de atención. ¿Cuántos de ustedes sabe qué son y para qué sirven las reglas de origen o las medidas disconformes?
 

Como estas cuestiones son un tanto crípticas, es sencillo tergiversarlas, así lo hicieron dirigentes que simpatizan con el ilustre Senador frente a los indígenas del Cauca, a quienes dijeron que con el TLC se privatizarían páramos y rios, y se  inundaría el país de transgénicos. ¡Vaya intente usted  demostrar que esto es falso!.
 

En su propuesta Navarro se anticipa a estas objeciones y propone como modelo digno de imitar el proceso de ratificación de la Constitución Europea, ya que en algunos países miembros de la Unión ésta debe ser aprobada por referendo. Justamente por eso está a punto de fracasar. En Francia, a pesar de que casi todos los partidos la respaldan, se corre el riesgo, según todos los sondeos de opinión, de que sea rechazada. ¿El motivo? El electorado quiere castigar al gobierno de turno, asunto por completo ajeno a la carta europea. Aquí pasaría lo mismo. En las actuales circunstancias políticas no se discutirían los méritos y defectos del tratado sino los del Presidente Uribe. Ya se empieza a ver publicidad política de este tipo.
 

El Congreso viene preparándose con juicio para afrontar  la delicada responsabilidad de decidir sobre el TLC. Ha realizado numerosos debates con los ministros responsables; muchos de sus miembros han asistido a las 9 rondas de negociación realizadas hasta ahora. Difícil, igualmente, encontrar una iniciativa que haya sido objeto de mayor discusión con regiones, empresarios y organizaciones sociales de diversa índole. Si con estos antecedentes el Congreso abdicara de sus funciones para abrir paso al referendo, casi para cualquier asunto podría ocurrir lo mismo.
 

Tratándose de un asunto vasto y abstruso como este es casi imposible obtener el voto del 25% de quienes integran el censo electoral. En este caso el TLC sería rechazado, no por que el Pueblo lo haya querido, sino porque no habría sido posible obtener la votación mínima. Colombia no merece este lánguido final para un proyecto en el que se han comprometido tantos esfuerzos.   
 

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